San Salvador, 06 de abril de 2010
La paz cierra la cripta de los mártires
y los deja dormir, para que olviden
que la tierra es el sitio pavoroso
donde todos los miedos son posibles.
Bien se merecen su corona de oro,
bajo la condición que se duerman.
Devocionario, de David Escobar Galindo
Injusta es la vida Monseñor Oscar Arnulfo Romero, te priva de libertad y de superación; ya son 30 años de tu muerte y nada cambia. Sólo sé que dos bandos han hecho la paz, pero nada ha cambiado. Ya son 18 años de cese al fuego de la guerra civil; pero esta guerra continua, ya no es política, hoy es fraternal, esto se debe a un nuevo grupo de individuos que han decido tomar la ley por su propia mano, este grupo cometen las mismas atrocidades que ejecutaban los miembros del Escuadrón de la Muerte o de la guerrilla (que hoy es un partido político). Y nadie hace nada.
La hazaña de gritar contra la violencia ha muerto, tú fuiste el último que se enfrentó a los monstruos, hoy nadie se atreve. ¿No sé cuál es el miedo? Poetas han dejado su canto en tinta, pero nadie los escuchas.
Húndete en la ceniza, perra de hielo,
que te trague la noche que te procrea;
por la sangre en el viento, no en su recinto,
dondequiera que nazcas, ah dondequiera,
sin descanso de estirpes, años y mares,
sin descanso, violencia, maldita seas.
Duelo ceremonial por la violencia, David Escobar Galindo
Y el canto está allí, nadie lo escucha. El Salvador ha olvidado la necesidad de la paz, la libertad, la perseverancia, el esfuerzo, el respeto. Olvida sus significados y sus prácticas, ¿Qué clase de sociedad somos ahora? Monseñor Romero me pregunto ¿Qué hubiese sucedido con mi generación si usted no hubiese denunciado las atrocidades de la guerra civil? Tal vez, usted siguiera vivo y seguiríamos viviendo bajo el miedo de expresarnos; pero gracias a usted, nos expresamos aunque los monstruos políticos nos ignoren, pero seguimos con vida. Pero ¿este grupo de individuos llamados “mareros” son nuestra debilidad? Nos llevan al miedo, a la soledad, a provocar violencia, nos enseñan a odiar, nos dan incertidumbres, nos exilian del país. Nada cambia, es el mismo juego que se jugaba en su época. Mi Patria sangra, al igual que el 24 de marzo de 1980, cuando celebraba la misa en la Iglesia Divina Providencia (no estuve allí, ni siquiera existía, pero me dolió tu muerte) y tus últimas palabras fueron: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos pues, íntimamente en fe y esperanza, a este momento de oración por doña Sarita y por nosotros” y te asesinaron sin piedad, ya estaba planeado por miembros de seguridad del hijo del Presidente de la República, Mario Molina, y el presidente de la Asamblea Constituyente, el Mayor Roberto D’Abussion y tuvieron el descaro de desmentirlo, así es la política en mi país, ruda y negadora de la verdad. Así mi querido Monseñor, te mataron pero tu lucha no ha muerto, miles de feligreses hemos conmemorado tu vida y muerte, eres santo, El Salvador te ha canonizado; pero aún tenemos miedo, la incertidumbre nos carcome por dentro, la muerte acecha nuestras vidas, pero retomaré tus últimas palabras, tal vez logré sembrar un granito de esperanza.
Les hablo a los delincuentes, asesinos, jefes de pandillas y miembros de pandillas, para decirles que no deben matar ni robar a sus hermanos. Les digo que la ley de Dios prohíbe matar y robar y esa ley prevalece sobre cualquier otra. Que no deben obedecer ninguna orden de matar y de robar a nadie: “En nombre de Dios y en nombre de este pueblo sufrido, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno, en nombre de Dios; cese a su represión!